miércoles, 23 de septiembre de 2009

EL TELEFONO MOVIL



Tengo un móvil nuevo.
Hasta ahora, el móvil era tan sólo eso, un cacharro desde el que podía llamar y recibir llamadas.
Pero este tiene más funciones. Ya no es una novedad que yo explique esas cosas. Pero me pasa como con el agua caliente, que para mí es un auténtico milagro que pueda salir por un grifo, por más que la técnica sea simple y esté más que explicada.
Pues con el telefonino ese lo mismo. Miro hacia atrás y veo todos los cacharros que han ido entrando en casa y me parece un milagro.

El primer objeto sin utilidad –o eso parecía- que me viene a la memoria es el transistor Vanguard que compró mi padre. (No podíamos tener la radio de galena porque se necesitaba luz, y de eso no había). Costó 800 pesetas cuando el ganaba 400 en un mes y se pagaron a plazos. Funcionaba con pilas. Era algo genial. A la hora de la cena, le poníamos en medio de la mesa camilla y escuchábamos los Cuentos del Tío Cheni y después Matilde, Perico y Periquín. Luego se quitaba la mesa y a dormir. Después mis padres oirían las noticias (el parte) de las 10 y acababa el día.

Otro invento moderno vino de Alemania. En el año 1964 mi tío le trajo a su hermano una cámara de fotos. Hace poco me la he traído a casa como reliquia. Es una AGFA. Ninguno sabíamos cómo funcionaba. Sólo que se le ponía el carrete y se apretaba un botón. Nos acercábamos o alejábamos del objetivo como nos parecía y así salían las fotos. Pero aquello nos permitió tener recuerdos de situaciones que ahora sólo estarían en nuestra memoria.

Siguiendo con modernidades de antaño, también contamos con el magnetofón. Dos ruedas enormes con una cinta que se podía romper con nada. Podíamos grabarnos, oír nuestras voces. ¡Con lo mal que cantábamos todos en casa!. Pero sólo con pensar que grabé todos los itinerarios de las calles de Madrid, que era lo que pedían para sacarse la cartilla de taxista y que mi padre aprobara, aprendiéndolo de oído, ya estuvo más que justificado el aparato.

Después, el casete vino de Ceuta. No era muy grande y nos lo llevábamos de viaje. Ese sí que viajó a un montón de sitios. Y ay! como se nos cayera, menuda se armaba. Y se cayó alguna vez, claro, pero era como de hierro. Aquel chisme estaba hecho para aguantar una guerra por lo menos, porque hay que ver lo bien que nos aguantó a nosotros.

Y luego claro, cómo no pensar en el teléfono de rueda. Cuando entró en casa, ni siquiera sabíamos llamar. Eso sí que era mágico. Coger el auricular que pesaba un quintal, meter los dedos en aquellos agujeros de la rueda siguiendo la secuencia de números anotados en un papel y oír a alguien al otro lado. Eso sí, pocas veces y poco tiempo, que aquello no funcionaba con pilas y corría el contador.

No hace tanto que llegó a casa el primer ordenador. Creo recordar que la capacidad era de 500 Mb, algo así como la mitad de lo que tiene el telefonito de ahora. Pero vaya revolución. Y luego ya el otro, más grande, conectándose a Internet.

Después, la cámara digital. Hacer fotos, verlas al momento, poderlas mandar desde el pc, o imprimirlas directamente. Tenerlas de adorno en la pantalla, ampliarlas, recortar lo que no guste, sin que parezca que falta un cacho.

Y claro, aprendiendo con mis hijos, como mis padres aprendieron de nosotros a manejar los otros cachivaches.

Después pienso en otras cosas que han habido, pero básicamente, esos fueron los inventos que marcaron tiempos.

Y ahora, veo ese cacharrín negro con el que me dediqué a hacer fotos el primer día. Al siguiente le pude meter unas cuantas canciones que me gustan. Ya he sintonizado la emisora de radio favorita. Que guarda todos los números que no tengo que marcar más que apretando una cosita. Que he probado a grabar un vídeo apretando otra minitecla medio escondida. Y me viene a la cabeza el viejo chotis “hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”.

Pero yo, para que no se me olviden esos tiempos, le he puesto como fondo de pantalla una foto de una lámpara antigua encendida. Así, al abrirlo, se ve claramente cómo se enciende la luz. Que así se dice ¿no? ¡enciende el teléfono!
Y como aviso de llamada, pues me apetecía ponerle la música de “El Candil”.

Y así vamos mi fono y yo. Contentos los dos, aunque no debería hablar por el. Al fin y al cabo, sólo es un objeto que pronto estará anticuado. Pero formará parte de mi memoria como los otros artilugios que he descrito y que recuerdo con tanto cariño.


2 comentarios:

  1. se te ha olvidado la máquina de coser que segun el disco que le pusieras te hacía un bordado u otro y AQUELLA OLLA EXPRESSSSSSSSSS que tu abuelo compró a cada uno de sus hijos que te hacía un cocido en una hora y los garbanzos estaban blandos como si huebieran estado toda la mañana a la lumbre.
    Y esa cafetera expres italiana que funcionaba a la luz y al gas hija cuantas cosas se te han olvidao........
    Pues anda que no eramos modernos ni ná

    ResponderEliminar
  2. Oye que no se me han olvidado, pero esas cosas no están entre las funciones del telefonino. No me hace cocido, ni me cose el ajuar y lo que es peor de ninguna manera me hace el café, y eso sí que no se lo perdono.

    ResponderEliminar