viernes, 25 de septiembre de 2009

EL BAÑO DE CHOCOLATE




Al elegir el hotel para ir de vacaciones, nos dijeron que había un spa, y a mí, se me vino a la cabeza el baño de chocolate.
Nunca lo había probado, y se me alegró el cuerpito sólo de pensarlo.

Una vez allí, pasaron varios días y ni me preocupé, hasta que ya entre bromas, fuimos a  pedir información.

Muy completita, muy estupendo todo, que me sentaría muy bien, que rejuvenece, (pregunté que cuánto tiempo, y no me lo supieron aclarar), y a continuación el precio. Zas! Como que no, que eso es un lujo oriental.

Pero iba con mi contrario, y no me dejó pensármelo siquiera, dijo que me dieran cita para el día siguiente. Le pregunté si me iba a acompañar. Claro por esas jugadas de la mente, por un momento pensé que quería probar el chocolate “in situ”, aunque le dejaría a el elegir el “situ”, y no, no era eso, sólo quería darme el capricho. En qué estaría yo pensando.

En fin, que al día siguiente, a las seis de la tarde, con mi bañador, mi bolsita con ropa de recambio y con un no sé yo qué, me planto en el spa.

Me acompaña una chiquita muy joven a una cabina. Me hace tumbar en una camilla. Hay una cristalera de cristal esmerilado por la que entra la luz del sol con muchísima fuerza. Entrecierro los ojos y me dejo hacer.

Ana (que ya le había preguntado el nombre) prepara la mezcla en una especie de ensaladera. Se empieza a notar el olor a chocolate, y huele de verdad. No es como esos caramelos, zumos, yogures que dicen que son de cualquier fruta y no se parecen a la fruta de verdad más que en la foto del envoltorio. Aquello olía tan rico que no quería mirar, porque ya me imaginaba metiendo el dedo para probarlo.

Primero me da un masaje suave. Me humedece con una toalla mojada y empieza el espectáculo.

Siento el calor de la crema caliente por el pecho, la barriguita, las piernas, los brazos y me dice que me dé la vuelta. Boca abajo, totalmente distraída noto sus manos en las piernas, en la espalda y el calor que se va metiendo por todos los poros.

Luego es una sensación como de almidonada. El chocolate endurecido me hace sentir que en esos momentos soy un bombón muy especial.

No sé cómo porque no miraba siquiera sentí que me arropaba con una especie de manta térmica. Me dice que voy a sentir calorcito, que me deja sola un rato y aunque ella me hablaba en portugués, entendí algo así como que disfrutara del momento.

Cuando me quedé sola, hubo unos segundos que no sabía qué hacer, cuando estaba claro que no tenía que hacer nada. Y me acordé de Pilar, la profe de yoga. Hay veces que nos dice que pensemos en algo que nos haga feliz, que nos traiga buenos recuerdos, y a eso me dediqué.

Sin darme cuenta siquiera, me venían pensamientos agradables. Recordaba situaciones, lugares y sobre todo personas que me han hecho feliz y que ahora no están conmigo. Pero en todo momento con serenidad, con calma, sintiéndome bien. Después pensaba en otras personas que sí están conmigo, que forman parte de mi vida, Que me rodean cada día. Y, no era premeditado, lo sé, sólo pensaba cosas agradables. Ahora ya, me viene a la mente la frasecita de “tó  er mundo eh güeno”. Porque no saqué ni un solo defecto a nadie. Encontraba maravillosos a todos.

Y entre paréntesis, me recordaba que el chocolate produce un poco de euforia. Algo así debía ser lo que me pasaba. Pero era una euforia tranquila. Otra vez me acuerdo de mi madre, cuando me decía que yo tenía los nervios paraos. Debe ser eso, que hasta con la euforia del chocolate era comedida, con lo exagerada que soy normalmente.

Cuando sentí la puerta y volvió Ana, yo tenía la sensación de que acababa de salir, y al mismo tiempo que habían acudido a mi mente demasiados pensamientos para tan poco tiempo. Claro no era tan poco, llevaba una medio hora allí meditando sin planteármelo siquiera.

Me quitó la manta. Notaba el calor, pero en ningún momento sudé nada. Era seco, agradable. Al decirme que me duchara, me incorporé de la camilla y me ví como una muñeca de terracota. Qué pena de foto se ha perdido la cámara de mi contrario. Y dejé un reguero de trocitos de chocolate en el suelo. Ahí sí que tuve que aguantar la tentación de saborear un trozo.

La ducha parecía que servía de poco. El agua resbalaba pero el chocolate no se iba. Yo acostumbrada a frotarme con los posos del café que me ponen negra del todo pero se me quitan en un plis plas, con aquello me peleé un buen rato.

Al final, claro, el agua es más dura que la piedra y ganó.

Toda limpita volví a la camilla por indicación de Ana. Cogió un frasco con aceite y me empezó a masajear toda con mimo, con cuidado. Ella muy calladita y yo con ganas de charla.

Se me ocurre preguntarle que cómo llaman a la parte interna de los brazos. Por medio de señas le indicó exactamente a qué me refiero, y con ojos de asombro –supongo que debía pensar que se me había subido el chocolate- me dice en portugués que “brazos”, claro, a ver cómo se va a llamar. Y le explico que mi hermana cuenta una broma sobre eso y dice que algunas mujeres tienen murciélagos.

Pone cara de no tener ni idea de lo que digo. Le explico que el murciélago es el pájaro que vuela por la noche, que no es un pájaro, que es como un vampiro pero que no muerde, y entonces comprende lo que le digo.

Dice la palabra en portugués, se parece mucho a la castellana pero no sé cómo se escribe, por eso no la pongo. Pero empieza a reír con ganas. La repite, se ríe. El masaje se ha interrumpido, según se lo va imaginando se va riendo más. De repente coge mi brazo, me mira y me dice que no, que yo no tengo murciélagos, pero coge otra vez el frasco del aceite y me masajea con más ímpetu, precisamente ahí, en los brazos. Nos reímos las dos de buena gana.

Continúa con las piernas, y agradezco sus manos. Mis piernas hartas ya de que yo no las dé un respiro con tanto patear calles, agradecen su suavidad. Al dar la vuelta, recorre la columna vertebral despacio. Los hombros. Otra vez la piernas y me dice que ya está.

Me siento como desparramada. Para levantarme de la camilla tuve que imaginar que me recogía por partes porque estaba totalmente desmadejada.

Y al salir tuve que firmar el papelito para que lo cargaran en la cuenta de la habitación. Menos mal que me habían preguntado el número antes de entrar. La 616, porque si me lo preguntan después no creo que hubiera sido capaz de responder.

Qué horita más estupenda. No sé cuándo repetiré pero desde luego ha sido toda una experiencia de sensaciones agradables.

Luego ya ante el espejo, pues creo que no me habían quitado ni cinco minutos, aparentaba lo mismo. La piel muy suave, eso sí, pero bueno, normalmente no tengo yo una lija, la naturaleza me ha tratado bien. Pero sí que me ha merecido la pena. Bueno, otra vez dicho con comedimiento. La verdad es que me ha encantado. Me ha sentado divinamente, y no dudaré en repetirlo cuando tenga ocasión.



2 comentarios:

  1. que bien suena ese masajito, a medida que voy leyendo me entran ganas de ir a un spa de esos, que lujo!

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  2. jajajajajaja
    a mí me pasó algo parecido, yo pensé que me meteria en una bañera llena de chocolate y cuando me untaron y me envolvieron en la manta casi me da algo por la sensación de agobio y aburrimiento!!

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