Esta mañana de invierno, me levanto, como siempre, bastante empaná. No puedo pensar con claridad hasta después del café, aunque eso no es novedad.
Me voy a la cocina, y me lío con las mandarinas, mientras sube el café, y a continuación le pego un tiento al panetone, que está estupendo.
Mientras me bebo el café a sorbitos, me viene a la cabeza, el poema de Góngora Y RIASE LA GENTE. No pienso en el con ánimo de cultura elevada, ni muchísimo menos, recuerdo la estrofa de la morcilla en el asador y de las bellotas y castañas. Y veo que mi desayuno, ni de lejos se aproxima a aquel.
Entonces me doy cuenta de porqué se ha producido ese cruce. La imaginación nos hace juegos malabares sin que nosotros decidamos.
Cuando mis padres estaban en el pueblo, cuando íbamos en invierno. Al levantarnos, la lumbre ya estaba encendida. Mi madre se ocupaba de eso. Tostábamos el pan al fuego, directamente. Y más de una vez, el desayuno eran las migas. Con chorizo, sí, con pimientos, con ajos fritos.
Era normal. Estábamos en el pueblo, y allí no valían las cursilerías que nos gastamos aquí.
Mi padre no se sabía ese poema, ni mucho menos quién lo había escrito, ni a qué época pertenecía, pero sí que nos decía eso, que si teníamos una morcilla que asar, y bellotas y castañas, pues ya teníamos todo lo que precisábamos.
Cuando en la escuela tuvimos que estudiar a Góngora, y leí ese poema, yo era una chiquilla, y entonces entendí que mi padre era un hombre sabio. Pero mi madre era más sabia que el. Porque el contaba esas cosas, pero mi madre las hacía realidad.
Después oí a Paco Ibáñez cantarlo. No es que me guste cómo canta Paco Ibáñez, pero la entonación que da al poemita en cuestión, yo creo que es de lo más aparente.
Y ahora, que ni lumbre, ni morcilla, ni bellotas, ni nada. Miro al Panetone y casi que me cae mal. Porque aunque yo pudiera, que sí que podría, ir al mismo sitio, encender fuego, asar una morcilla, y todo lo demás, me falta lo principal. Ellos para compartirlo. Y oir a mi padre, explicándome a su manera esos versos que ni el sabía de dónde habían salido.
En condiciones normales, no me pasan estas cosas, bastante tengo con estar arreglada para irme a trabajar, pero hoy hace un día de lo más propio para eso, para sentarse delante de la chimenea y tener como actividad primordial del día, quemar leña y contar historias.
Me voy a por otro café, y esperaré que enciendan la calefacción y mientras, pues RIASE LA GENTE.
Me voy a la cocina, y me lío con las mandarinas, mientras sube el café, y a continuación le pego un tiento al panetone, que está estupendo.
Mientras me bebo el café a sorbitos, me viene a la cabeza, el poema de Góngora Y RIASE LA GENTE. No pienso en el con ánimo de cultura elevada, ni muchísimo menos, recuerdo la estrofa de la morcilla en el asador y de las bellotas y castañas. Y veo que mi desayuno, ni de lejos se aproxima a aquel.
Entonces me doy cuenta de porqué se ha producido ese cruce. La imaginación nos hace juegos malabares sin que nosotros decidamos.
Cuando mis padres estaban en el pueblo, cuando íbamos en invierno. Al levantarnos, la lumbre ya estaba encendida. Mi madre se ocupaba de eso. Tostábamos el pan al fuego, directamente. Y más de una vez, el desayuno eran las migas. Con chorizo, sí, con pimientos, con ajos fritos.
Era normal. Estábamos en el pueblo, y allí no valían las cursilerías que nos gastamos aquí.
Mi padre no se sabía ese poema, ni mucho menos quién lo había escrito, ni a qué época pertenecía, pero sí que nos decía eso, que si teníamos una morcilla que asar, y bellotas y castañas, pues ya teníamos todo lo que precisábamos.
Cuando en la escuela tuvimos que estudiar a Góngora, y leí ese poema, yo era una chiquilla, y entonces entendí que mi padre era un hombre sabio. Pero mi madre era más sabia que el. Porque el contaba esas cosas, pero mi madre las hacía realidad.
Después oí a Paco Ibáñez cantarlo. No es que me guste cómo canta Paco Ibáñez, pero la entonación que da al poemita en cuestión, yo creo que es de lo más aparente.
Y ahora, que ni lumbre, ni morcilla, ni bellotas, ni nada. Miro al Panetone y casi que me cae mal. Porque aunque yo pudiera, que sí que podría, ir al mismo sitio, encender fuego, asar una morcilla, y todo lo demás, me falta lo principal. Ellos para compartirlo. Y oir a mi padre, explicándome a su manera esos versos que ni el sabía de dónde habían salido.
En condiciones normales, no me pasan estas cosas, bastante tengo con estar arreglada para irme a trabajar, pero hoy hace un día de lo más propio para eso, para sentarse delante de la chimenea y tener como actividad primordial del día, quemar leña y contar historias.
Me voy a por otro café, y esperaré que enciendan la calefacción y mientras, pues RIASE LA GENTE.
Chiquilla me ha gustado leerte y es que me veía delante de esa chimenea asando morcilla y pan caliente y no el asco de desayuno que tomamos ahora. Bueno a decir verdad, yo sólo me tomo un vaso de leche fría y hasta medio día. Y es que no me apetece más cuando me levanto.
ResponderEliminarYo también echo de menos a mi padre...por qué los padres son sabios? Siempre tenía muy buenos consejos para todos nosotros y con esa carita ya nos decía muchas cosas.
Siempre iba a mi cama a darme las buenas noches, y en sus útimos años cuando me levantaba estaba ya con el abrigo puesto para venirse conmigo a hacer algo recadito.
Ayyy vaya por Dios!!!
Al final no fui a la calle a comer, mi hermana se quedó por mitad del camino a almolzar. Pero ya viene para acá.
Besos guapa y eso a luchar
Pues sí, menudos desayunos. Yo, la verdad, nunca he desayunado así pero sí que mis desayunos más fuertes han sido siempre en casa de mi abuela. Hacíamos café, zumo y un montón de torraícas (Tostadas) de pan de pueblo (aunque estábamos en Cartagena, que no es pueblo). Las calentábamos en una parrilla (no hay chimenea en casa de mi abuela, lógicamente) y les echábamos tomate natural previamente triturado, ajo, aceite y sal. Nos tirábamos preparando el desayuno una hora pero cómo lo disfrutábamos. Y nos lo comíamos en un periquete, eso me daba rabia, con todo lo que costaba hacerlo. Nunca daba pereza. Y nos lo comíamos en la terraza de la casa, mirando a la gente pasar y hablando de lo primero que se nos ocurría o del primero que aparecía doblando la esquina.
ResponderEliminarEsos desayunos, salvando las distancias con los que tú te pegabas en el pueblo, no los podré olvidar. Aquí no los hago porque no dispongo de tanto tiempo y porque mi madre no quiere que engorde mucho.
Muchos besos y feliz puente!
Bonita que gustazo poder leerte, me has hecho recordar los dias de mi niñez cuando iba al pueblo de mis abuelos con las migas,el chorizo,los ajos..que aún me parece tener su sabor en la boca, era un gustazo y ahora solo con un café y todo lo más una torradita-para no engordar- Ufff que tiempos aquellos.
ResponderEliminarAbrazos amiga.
Princesa, recuerdos de esos tenemos todos. Pero hoy, entre el frío, lo gris del cielo, y no sé qué, se me ha venido a la memoria eso. Sobre todo, porque supongo que con el empanamiento de recién de levantada, me he encontrado tarareando eso. Y con lo mal que yo canto aunque sea bajito, como para que saliera el sol.
ResponderEliminarPero mira, es una suerte haber vivido todo eso. Me acompañan esas cosas.
Sólo siento que yo no dejaré algo así en nadie.
Un beso.
Jota, da igual una sartén de migas que unas torraicas. Lo que vale es lo que te a tí te ha dejado. Y por lo que veo, se nota mucho el cariño de esos desayunos compartidos.
ResponderEliminarY ahora, no tiempo, no grasas. jajaja, pobrecito.
Venga un desayuno light y a correr.
Un abrazo fuertote.
Pakiba, también tu con el engordamiento? Que no que es al revés, que lo que hay que aligerar es la cena, que el desayuno tiene que ser como cuando se va a segar (o se iba, vale).
ResponderEliminarPero sí que si rebuscamos en la memoria, siempre encontramos algo que nos haga sentir bien.
Un beso.