Hace un rato hablaba con una amiga (sí guapa, hablo de tí), y me contaba que me lee normalmente, pero que no deja ningún comentario porque ha comprobado que al contestar en un blog, se quedan los datos por ahí y que es fácil localizar a cualquiera. Que esto es como un gran hermano.
No he probado, lo haré en algún momento, cuando tenga tiempo y ganas. Tampoco me preocupa dónde pueda aparecer este blog. Es algo tan simple que no creo que pueda interesar a casi nadie.
Escribo lo que se me ocurre, casi siempre de cosas mías o que veo por ahí, pero que son de dominio público, entonces ¿qué?. ¿Hay que tener miedo?. Yo no lo tengo. No me meto con nadie, mis cosas no son secretos de estado. No salen los números de las cuentas corrientes. Y aunque salieran, las mías igual incitaban a que alguien las aumentase, porque disminuirlas les iba a costar, que me doy yo una maña para eso.
Entonces a qué debo tener miedo? Pues a nada.
Pero me lo ha puesto bastante negro. Así que yo, para los que me conocen, seguiré escribiendo en azul y para los que lleguen nuevos, pues también en azul.
No es tan difícil. Lo único que tendré cuidado al participar en otros sitios, por eso por si se queda registrado. Esto es como cuando vas invitado a alguna parte, procuraré ponerme de limpio, con la carita lavada y no dar mala imagen.
Mis amigos pueden venir como quieran que siempre son bienvenidos y no me importa la pinta que traigan. Arregladitos o sin peinar, que yo los conozco y cuando hay confianza, no hacen falta miramientos (eso de que da asco no me gusta).
Y ya he sido tía. Un niño preciosísimo. Es una novedad estupenda y que me sienta muy requetebién.
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