¿Qué es una docena?. Doce, son doce. De lo que sea, pero doce. Así me lo enseñaron y eso me contesta cada persona a la que pregunto esa bobada.
Pues porqué cuando hablamos de copas de cristal eso no es cierto?. Al menos en mi casa. La docena no sirve, no tiene nada que ver con lo que pasa.
Se compra una cristalería, y vienen doce copas de cada. Vale. Antes de usarla, hay que fregarla. Pues por algún misterio inexplicable, alguna copa cae, eso seguro. Ya tenemos una docena de once, y eso que no sea más de una.
Se pone la mesa, contando con que tenemos doce copas. Peroooooo, a comer somos trece o catorce. Dónde está la docena? Pues en doce copas iguales y una o dos de otro tamaño, otro modelo, o directamente, a los niños un vaso de los de la coca-cola. Y claro, como hay más de un niño, pues quieren más vasos de esos. Venga quitad esas copas, que sobran. Total, que nos apañamos con ocho.
Se friegan las copas, con un cuidado extremo, se ponen a escurrir, antes de secarlas, y de repente suena “clinnnnn”, a la porra, otra copa, y si con suerte no se cae sobre las otras, pues sólo recogeré los cristales de una. Es que cogen aire, dicen las abuelas. Yo creo que no, es que van por libre.
Se guardan, se hace repaso, un hueco, dos huecos. Bueno, no vamos mal, ya tenemos una docena de diez. Eso se llama decena, pero nadie tiene una decena de copas, eso es inadmisible, pero el caso es que yo tampoco tengo doce, ¿entonces, qué pasa?.
Otro día no pasa nada, salen todas del armario y vuelven todas. ¡ qué bien ¡ si casi hay que celebrarlo. Pero pensándolo bien, qué hay que celebrar?, si no se rompe ninguna más me pasaré un montón de tiempo con una cristalería incompleta. Claro, que incompleta, porqué, porque a alguien se le ocurrió que en la mesa tenía que haber doce copas iguales.
Tendrá que ver esto algo con lo del Santo Grial. Si hay trece en la mesa hay que matar a alguno para que no falte una copa?. Uf, qué mal rollito.
Mejor ponemos los vasos de coca cola, o los de las cervezas, o qué leche, sacamos una copa de Jerez, es más pequeña y a los niños también les hace ilusión, al fin y al cabo, quién ha visto en una mesa de trece a doce tomando Jerez, evidentemente, nadie. Vamos que no me creo yo que a todos les guste el Jerez. O en cualquier caso, los niños no lo toman. Así que me siguen sobrando ocho copas de Jerez.
Los vasos de todos los días, esos de la cocina, tienen mejor apaño. Se compran de seis en seis, que ya no es la puñetera docena, puedes tener hasta dieciocho, se rompen de uno en uno o de dos en dos, vuelves a por otros seis y ya no tienen ese modelo. No pasa nada, se compra otro modelo, con eso se cambia. Pero como somos animales de costumbres, seguimos cogiendo los “viejos”, (ni que tuvieran arrugas). Y los nuevos, siguen allí, hasta que empiezan a mezclarse, y por alguna extraña razón se van rompiendo, por supuesto los nuevos, acabando, con el tiempo, con un armario variadísimo. Cinco de un modelo, siete de otro, diez de otro, y quince de los últimos. Pero una docena. ¡JA¡ ni de broma!
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