
Se puede preguntar a cualquiera dónde ha nacido, quiénes son sus padres, cuántos años tiene. Pues a mí igual, conozco mi historia perfectamente. La he oído relatar muchas veces y por eso la cuento, presumiendo, como corresponde a las cosas antiguas y de bien.
Un labrador –que no jornalero- decidió un día que un pedacito de su tierra tenía que servir para sembrar lino. Tenía varias hijas y quería para ellas el mejor de los ajuares. Y así lo hizo. Eso ocurría más o menos por el año 1900.
Al poco, sus hijas, hijas de labrador bien criadas, hilaron el lino que su padre recolectó, para llevarlo al telar y obtener la tela más fina que por entonces se tejía. Y a partir de ahí, un no parar. Encajes de bolillos, puntillas de ganchillo, y otras labores para unir y adornar las piezas más hermosas que las manos de una mujer pueden crear.
De las manos de una de esas muchachas salí yo. Con una vainica primorosa, con dos costuras a punto de incrustación para unir bien las tres piezas que me convertirían en una sábana cumplidita para las camas de entonces, estrechas y altísimas.
Fui parte de su ajuar y me utilizó mientras pudo. Eso acabó en 1939. De haberme dejado, hubiera podido ser su sudario. Pero dadas las circunstancias que se dieron, no pudo ser.
Su cuñada, cuidó de su hijo y de su ajuar. A su hijo le trató bien. Y a mí, supongo que también. Decidió que lo mejor para mí sería guardarme en un baúl, hasta que su hijo o la nuera me rescataran.
Cada año, me sacaba del baúl, me aireaba y se aseguraba de que no hubiera sufrido ningún desperfecto, y así pasé casi 20 años. Dobladita y sin servir a nadie.
Cuando el hijo de mi hacedora se casó, se llevó el ajuar de su madre. Pero su mujer no quería utilizar aquellas maravillas, pensando que un día tendría hijas y que a ellas les gustaría disfrutar del ajuar de su abuela. Seguí guardadita, viendo la luz una vez al año, igual que antes, otros 20.
Pero cuando llegaron las nietas. ¡Qué trahin!, esas sí que me dieron caña. Además que no tuvieron respeto ninguno. Me colgaron de una barra y serví de cortina. Parece ser que ahora las sábanas son de otros tejidos más suaves al tacto y más fáciles de planchar. Más blancos no, eso desde luego. Yo era la cortina más bonita de todas las ventanas del barrio.
Serví para colocarme sobre el sofá en verano. Las tapicerías de los sofás dan mucho calor y yo no. Yo soy fresquita y agradable.
Y lo último ya, me ponen sobre una cama, a modo de colcha, que pudiera valer, pero no para ser la colcha en sí misma, sino porque mi dueña actual, la biznieta del labrador, tiene una gata. Como no quiere compartir con ella las sábanas industriales esas que se gasta, me pone a mí como protector.
Y la gata que es más lista que ella, se sube encima de mí, se encuentra cómoda, fresquita y cuando me quitan de la cama por la noche, allí que va la gata conmigo. Mira que me tiene cariño ese animal.
He de decir, que no me molesta en absoluto. Me deja pelos cuando se revuelca, pero con una sacudida se quitan. No se me pega nada. Y si mi dueña decide acostarse, cuando estoy recién lavada, limpita y sin restos de gata, la tapo con mimo. No le doy calor. Le gusta.
No sé qué pensarían de esta situación mi hacedora y su padre. Pero yo estoy encantada. Me airean, me lavan en un cacharro que yo no conocía y acabo como si saliera de una montaña rusa. Me planchan poco para no machacar mi fuerte urdimbre y creo que les sirvo un poco a todos.
A mis ciento y pico años quién me lo iba a decir. Me conservo divinamente, y eso lo sé, porque tiene por ahí una toalla de mi quinta, puede que las dos saliéramos de la misma pieza, que me saluda de vez en cuando y que también está encantada, aunque el destino de esa ha sido servir de camino de mesa. ¡Presumida!, todo el mundo que viene a casa se fija en ella. Pero a mí me saluda y con eso me vale, no es una estirada. Al fin y al cabo, somos un poco hermanas.

Holaaa
ResponderEliminarBonito relato. Y qué dicer del fresquito que dan las sábanas de lino.
Eso es una joya!!!. Cuídala porque después de tantos años se lo merece.
Un beso
Sí que la aprecio, te lo aseguro, al mismo tiempo, quiero que forme parte de mi vida cotidiana, ya estuvo guardada demasiado tiempo.
ResponderEliminarY ya sé que eres tu jefa, por eso te decía que no creo que te dijera nada por llegar tarde.
Un besote.