La llegada el sábado fue una sorpresa absoluta.
Imaginaba un pueblo de playa. No había pensado en las edificaciones. Hay sitios con casas bajas y otros con monstruos de cemento.
Pero aquí no es así.
Tristemente, veo casas señoriales del siglo XIX en ruinas. El descuido es absoluto. Fachadas con azulejos preciosos, ventanas desvencijadas, cristales rotos, jardines muertos.
¿Qué ha pasado?. No es una sola. Son muchas. Se me cae el alma a los pies.
Al subir a la habitación del hotel, como siempre, la naturaleza pone las cosas en su sitio. Se ve el mar. Fantástico. Una playa de arena dorada, enorme, y un aire que quita las malas ideas.
Me gusta. Y sé que no me bañaré en el agua fría del Atlántico. Mis huesos no lo soportarían.
El paseo marítimo se ve nuevo, cuidadísimo y en los jardines combinan plantas y flores para que no falten el verde y rojo de su bandera.
A la hora de comer, mejor cerquita. Hay un restaurante ahí al lado. Es pequeño, nos atiende un hombre mayor.
Leemos la carta y no nos queda claro casi nada. Los nombres de algunas cosas no se parecen a nada, que sepamos, en castellano.
Al pedir algo con carne de cerdo, intentamos pedir un primer plato también, y nos dice el señor que no. Que primero veamos lo que hemos pedido y luego, si queremos, que pidamos otra cosa.
Le hacemos caso. Y uffff, menos mal. De repente vemos en la mesa, casi con horror, una fuente con judías pintas, oreja de cerdo, trozos de carne y sólo con verlo arrancamos a sudar.
Estaba exquisito. Plato casero total. Contundente, y no, no pedimos otro.
El café delicioso. No me sorprende, tomo café portugués en mi casa desde hace tiempo. Somos muy amigos.
Siesta obligatoria y toma de contacto con el pueblo.
La misma sensación del principio. Tristeza. No sé si es pobreza. No sé si obedece a intereses que desconozco. No sé si es falta de entendimiento entre quienes hayan heredado esas viviendas. Pero la realidad es que duele ver tanta belleza tan mal tratada.
Mi expresión fue que me parecía un traje sin planchar.
Más o menos eso. Un vestido caro, con tejidos nobles, después de una fiesta, sucio y arrugado.
Sólo espero que como los buenos vestidos, aún les dé tiempo a esta gente (antes de que se caiga todo) a dar un buen limpiado y un buen planchado a este magnífico sitio.
Después de varios días he podido ver (con ayuda de Francisco, recepcionista del hotel) una tienda de ultramarinos de verdad.
Con muchos tesoros. Legumbres a granel, cafés de muchos sitios, vino Porto de diferentes bodegas, clases, añadas y precios. Otros vinos portugueses que no conozco, brandys, wiskies, bacalao, fino, grueso y entrefino, casi como los fideos pero que ellos llaman con otros nombres. (Crescido, crescido súper, jumbo).
En fin un batiburrillo de mercancías en una tienda por la que parece que no pasa el tiempo.
La segunda feira (lunes) amaneció lloviendo, aquí era día de mercado. El agua no arredra a nadie. Están acostumbrados y preparados. Ponen toldos de modo que te pateas todo el mercado y no te mojas.
Qué griterío. Qué barullo. Qué actividad.
Y claro, caí en las varias tentaciones que se me pusieron delante. Se pusieron por eso ¿no?, Si no fuera así no tendría sentido.
Bizcochos, frutas varias, paraguas. En fin, esto no debe parecerse a la lista de la compra porque no lo es. Cada cosa me llamó casi por mi nombre, de una en una y yo caí en todas.
La ley antitabaco de 2007 se aplica a rajatabla. En el hotel no se puede fumar. Eso me obliga a salir a la terraza con un cenicero, mío claro y con tapa, para poder hacerlo y de paso a fumar menos.
No hay bares de fumadores. Simplemente no se puede fumar en los sitios públicos. La calle es la única narcosala abierta.
El clima es estupendo. Fresquito, a veces con lluvia suave y el viento más o menos razonable. Por si acaso en todas las terrazas tienen mamparas transparentes cortavientos. Y en la playa, en vez de sombrillas, se ponen unas lonas clavadas en la arena para lo mismo, para poder tomar el sol tumbada, sin despeinarse.
Estoy encantada en este sitio y con esta gente que me recuerda muchísimo a los sitios de playa en Levante en los años setenta.
Pues ya que has estado por el norte, el próximo viaje al sur; a la princesa del Alentejo: Milfontes. Por lo que leo estoy segura que te encantaría. Besos.
ResponderEliminarMe alegra verte por aquí.
ResponderEliminarY ese sur está pendiente, no creo que tarde mucho.
Un beso Lu