martes, 9 de febrero de 2010

COSAS QUE "ME" PASAN

Esto fue el año pasado, pero cada vez que me voy a pintar las uñas me viene a la cabeza. Me río. Ahora sí, pero qué mal rato pasé.





Me gusta llevar las manos arregladas. Me hago yo la manicura, o lo que sea. Pero las uñas, cortas o largas, limadas, bien. A veces barnizadas. A veces pintadas. Otras nada. Es una manía que me viene desde jovencita.

Utilizo guantes para las faenas que requieren desgaste. Procuro que no entren en contacto con detergentes fuertes, y los guantes finos son para manipular alimentos. El verdín de las acelgas, alcachofas y demás familia, en las manos se convierte en algo negro, y al final las manos parecen de Cardillera.

Además yo las tengo grandes, con dedos largos y se notan mucho más las cosas bien y las cosas mal.

Eso no tiene nada de especial, si no fuera por lo acontecido la semana pasada.

Tenía que pasar por el quirófano. No era algo sorpresa. Estaba más que anunciado. El día 31 a las cua tro de la tarde, casi con puntualidad británica.

Me ducho. Nada de cremas, colonias ni añadidos de ningún tipo. Llega el celador a la habitación, me cambia de camilla y me lleva al quirófano.

Allí el médico, la enfermera, y otras personas que no sé a qué se dedicaban pero que supongo que también tendrían que ver conmigo en las dos horas siguientes.

De repente, la enfermera mira al médico horrorizada. “Doctor, lleva las uñas pintadas”. Entonces yo también caí en la cuenta. Eso no se debe hacer. En caso de problemas, las uñas y los labios son los primeros indicadores de que algo va mal, sobre todo con el oxígeno en la sangre. Me sentí mal. Les dije que hacía días que me las había pintado, y que era tan natural en mí, que ni se me ocurrió quitarme el esmalte.

El médico no sabía qué hacer. La enfermera miraba alrededor, supongo que tratando de adivinar cual de aquellos productos mágicos podría servir como decapante. Yo estaba dispuesta a levantarme de la camilla, y en camisón y todo, cruzar la calle al bazar de enfrente, a comprar aunque fuera al fiado, porque no llevaba nada encima, un frasco de quitaesmalte.

No sé, cualquier cosa que pusiera remedio a aquella situación tan ridícula.

Siempre he supuesto que las personas religiosas en un trance como ese se encomienda a su Dios, o rezan una oración o se santiguan, o piensan en su familia. Algo trascendental. Importante para la vida de una persona. Porque ya sabemos que en un quirófano entramos despiertitos y con la esperanza de salir tapaditos hasta el cuello y con el desperfecto de turno arreglado. Pero no tenemos ninguna garantía de que las cosas no se tuerzan y te puedes encontrar (bueno te pueden encontrar) con la cara tapada y los pies por delante. Por eso mejor encomendar el alma a quien más confianza te inspire.

Pero en mi caso, lo más importante en ese momento era el esmalte de mis uñas. Increíble. Si Almodóvar se entera lo planta en una peli.
Al final, la enfermera cogió un frasco con algo. Alguien me agarró la otra mano. Sentí la picadura característica de la inyección y lo siguiente fue una sensación de naúsea, malestar, y palabras cariñosas en mi habitación. Todo había pasado. O al menos el rato del quirófano.

Me miré las manos. Tenía nueve uñas pintadas y una rodeada de un color amarillo que me llenaba toda la mano. Supongo que yodo o algo así.

Me he pasado cinco días en el hospital. Mi siguiente idea era, despintarme las nueve, cortarlas, igualarlas, pero es que me daba risa cada vez que recordaba la situación tan surrealista del quirófano y opté por no hacer nada. Así me quedé, nueve bien y una mejor.

Al salir de allí, la misma idea. Me las pinto todas, me las despinto por si en alguna emergencia estos días tuviera que volver. Qué mal fario. No quería pensar en eso, así que nada, todas pintadas, largas, grandes, no diré bonitas porque así no me entusiasman, pero les voy a dar unos días de disfrute. Un poco más adelante las volveré normalitas, pero ahora, como las actrices de las pelis antiguas, en plan garras rojas, llamativas, espectaculares, para nada discretas (como yo, para nada discreta). Y luego ya veremos.

No tengo ganas, ni interés, ni mucho menos prisa, por volver a un quirófano. Pero si alguna vez vuelve a ocurrir, iré mucho más tranquila, sabiendo que tienen medios suficientes para salir de situaciones estúpidas como el que una presumida tonta como yo, lleve las uñas como mejor le parezca.

Qué enfermera más arriscá me tocó. Muak. Muak.

Abril 2009

4 comentarios:

  1. Me alegro tu aventura saliera bien y sobre todo que la entrada prevista -como dices- en el quirófano, tuviera resultados positivos.
    Saludos

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  2. Sí Jaclo, afortunadamente todo fue bien. Pero lo de arriba fue tal cual lo cuento.
    Gracias.

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  3. Pues no tenía ni idea, la verdad que no entré nunca en un quirófano y aunque nunca me las pinto, bueno es saberlo; bástase que me las pinte un día.....
    Un beso.

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  4. Sí Lupe, el esmalte no permite que la maquinita del oxígeno esa que ponen en el dedo dé bien los resultados. Y además las uñas y los labios se ponen morados enseguida si hay algún problema.
    Los médicos son serios con eso, pero yo como estoy un poco abollá no lo recordé a tiempo.
    En fin, que se solucionó sobre la marcha.

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