sábado, 21 de noviembre de 2009

MAYORIA DE EDAD

Tengo un hijo que es mayor de edad desde hace años. Esta semana ha cumplido 25. Y después de la reforma de casa, había que proceder a la reorganización. 
Pues hemos discutido de tres veces que he dicho lo que quería, tres veces. No está mal, en estadística eso es el 100%. Pero sé bien, que a poco que me hubiese empeñado, hubiéramos llegado al 150%, que eso en cualquier empresa se llama productividad. 

No es una cuestión de llevar razón. Estoy segura de que los dos la llevamos. El la suya y yo la mía, por supuesto. Y ahí está la fricción, que estamos en caminos diferentes. 

Más de una vez, cuando oía lo de la mayoría de edad, yo decía que eso qué era, porque soy mayor de edad tres veces, según los años, pero los hechos de cada día me demuestran que no, que no lo soy y lo que es peor, que nunca lo seré. 


Uno es mayor de edad cuando decide qué quiere hacer y con quién se gasta los cuartos. 

Pues por eso yo no lo soy. Me explico. 

Si yo quiero hacer algo, lo comento (primer resbalón), lo encuentro normal, vivo con otras personas. Pero a partir de ahí empiezan las explicaciones. Por esto..... por esto..... por esto...... Y al final, lo hago, si el caso es que nunca me dicen que no. ¿Entonces, porqué pregunto?. Por cortesía, por educación, por costumbre. (Así me enseñaron, claro). 
Y lo de los cuartos, pues igual, si nunca me dicen que no, entonces porqué pregunto?

Sé que soy afortunada en estas cuestiones, pero cuando la pelea viene de algo tan absurdo como "oye, recoge un poco, que no hay quien entre", o "¿porqué dejas eso así?. Y llegan las respuestas esas secas del porque sí, porque es mío, porque no tienes que meterte. El coco se me alborota. 

A buena hora iba yo a contestar a mi madre, o a mi padre. Vamos ni pensarlo. Y no eran el coco, ni los tenía miedo, ni nada parecido. Simplemente a los padres no se les contestaba y se les obedecía siempre. 

Como anécdota de casa, mi hermana era de las que no recogían habitualmente. Tenía sus propios biorritmos -que dice mi hijo-. Y un sábado, mi madre harta de repetir que recogiera su ropa, no se calentó los cascos mucho, simplemente, abrió la ventana y le tiró la ropa a la calle. Vivíamos en el campo, en una casa baja, vamos que la ropa no fue muy lejos, pero ¡leche! cualquiera abría la boca. 

Pues desde hace tiempo, tengo la sensación de que todo lo que hago es cuestionable. ¡Pero es que lo cuestiona mi hijo!. 
A ver, dónde queda mi mayoría de edad?. Yo la reivindico, que no me callo, pero es que armamos cada zaragata. Y al final se queda en nada, si el es un bendito y yo una simple. Ni sabemos, ninguno de los dos porqué la liamos. 

Yo saco la conclusión de que no somos distintos, más bien somos iguales. 

Pero insisto, cuánto me cuesta ser mayor de edad. Qué rabia me da que me salgan arrugas, que me duelan las rodillas, que tenga cada vez más achaques, vamos que me hago mayor, y sin embargo creo que algún día voy a ir a votar y me van a preguntar que porqué, o si estoy segura, o algo así. 

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