


Cuando voy a mi pueblo, siempre tengo una cita con este granado. Puede parecer una historia tierna o una manía. A mí me da igual. Este me espera en el pueblo, como el romano en Mérida.
Cuando mi hija tenía unos cinco años, la curiosidad, como a todos los niños, le podía. Ella quería saber cómo se hacía una granada.
Cuando le dije que se plantaba, decidió probar y echamos unos granos en una maceta.
Me olvidé del asunto, hasta que en primavera vi las ramitas de los granados. Toda contenta se lo enseño, y la pobre criatura, con carita de asombro me preguntó que dónde estaban las granadas. Algo tan normal, a mí me descolocó. Entendí su disgusto. Tanto tiempo esperando para nada.
Al explicarle que en una maceta no podían crecer, no se complicó la vida. Mamá, se los llevamos al abuelo y que los ponga en el huerto.
Pues claro, no era ninguna tontería. En todo momento, pensé que los granados no tirarían para arriba, pero aún así, llevamos la maceta con todo cuidado.
Mi padre, no dudó ni un momento. Los plantaría en el huerto, cerca del arroyo. Aquella tierra es buena y el estaba seguro de que crecerían.
Agarraron bien cuatro de ellos. El los cuidó y cuando unos años después se presentó mi madre, toda orgullosa con una granada. La primera que daba aquel arbusto, mi hija la desgranó con cuidado, y se la comió entera. Por más que la abuela y yo le pedimos unos granitos para probarla, no le dio la gana. Se burló de nosotros todo lo que quiso. Era suya. Y no la compartiría. Tendríamos que esperar otro año.
Ahora que no están ninguno de los tres, siento como una necesidad de acercarme por allí de vez en cuando. Quedan dos granados nada más. Nadie los cuida. Por allí no pasa ni el tiempo. Pero yo voy.
El año pasado llovió tanto que no hubo manera de llegar por aquellos caminos donde sólo pasa algún tractor de vez en cuando. Pero este año, hacía un tiempo maravilloso. Soleado, brillante, y hasta allí que nos fuimos las tres. Mi hermana, mi amiga y yo.
No me lo podía creer. Cuánta granada. Algunas abiertas de maduras, que por supuesto no dudamos en abrir y comer directamente. Otras cerradas, en su punto, duras, pesadas, preciosas.
Y sin poder evitarlo, me salió del alma y lo dije en alto "esto es como la flor de la orquídea, un regalo de Mercedes".
Así nos lo tomamos. Cogimos todas las que pudimos, nos las llevamos, y en todo momento, cuando las miro pienso en eso, que es un regalo de ella.
A la semana que viene hará dos años que murió, pero creo que se empeña en hacerme sentir cosas. Y dulce y cariñosa como era, supongo que no tendrá otra forma de hacermelo ver más que con unas granadas apetitosas.
Esta historia puede resultar increíble para muchas personas, al igual que la de la orquídea. Y puede que no tenga nada que ver. Pero siempre son coincidencias. Las fechas son especiales y las cosas bonitas están ahí.
Quizá tan solo sea un acto de fe. Pero las granadas se han venido conmigo y yo las miro y pienso en ella.
Cuando mi hija tenía unos cinco años, la curiosidad, como a todos los niños, le podía. Ella quería saber cómo se hacía una granada.
Cuando le dije que se plantaba, decidió probar y echamos unos granos en una maceta.
Me olvidé del asunto, hasta que en primavera vi las ramitas de los granados. Toda contenta se lo enseño, y la pobre criatura, con carita de asombro me preguntó que dónde estaban las granadas. Algo tan normal, a mí me descolocó. Entendí su disgusto. Tanto tiempo esperando para nada.
Al explicarle que en una maceta no podían crecer, no se complicó la vida. Mamá, se los llevamos al abuelo y que los ponga en el huerto.
Pues claro, no era ninguna tontería. En todo momento, pensé que los granados no tirarían para arriba, pero aún así, llevamos la maceta con todo cuidado.
Mi padre, no dudó ni un momento. Los plantaría en el huerto, cerca del arroyo. Aquella tierra es buena y el estaba seguro de que crecerían.
Agarraron bien cuatro de ellos. El los cuidó y cuando unos años después se presentó mi madre, toda orgullosa con una granada. La primera que daba aquel arbusto, mi hija la desgranó con cuidado, y se la comió entera. Por más que la abuela y yo le pedimos unos granitos para probarla, no le dio la gana. Se burló de nosotros todo lo que quiso. Era suya. Y no la compartiría. Tendríamos que esperar otro año.
Ahora que no están ninguno de los tres, siento como una necesidad de acercarme por allí de vez en cuando. Quedan dos granados nada más. Nadie los cuida. Por allí no pasa ni el tiempo. Pero yo voy.
El año pasado llovió tanto que no hubo manera de llegar por aquellos caminos donde sólo pasa algún tractor de vez en cuando. Pero este año, hacía un tiempo maravilloso. Soleado, brillante, y hasta allí que nos fuimos las tres. Mi hermana, mi amiga y yo.
No me lo podía creer. Cuánta granada. Algunas abiertas de maduras, que por supuesto no dudamos en abrir y comer directamente. Otras cerradas, en su punto, duras, pesadas, preciosas.
Y sin poder evitarlo, me salió del alma y lo dije en alto "esto es como la flor de la orquídea, un regalo de Mercedes".
Así nos lo tomamos. Cogimos todas las que pudimos, nos las llevamos, y en todo momento, cuando las miro pienso en eso, que es un regalo de ella.
A la semana que viene hará dos años que murió, pero creo que se empeña en hacerme sentir cosas. Y dulce y cariñosa como era, supongo que no tendrá otra forma de hacermelo ver más que con unas granadas apetitosas.
Esta historia puede resultar increíble para muchas personas, al igual que la de la orquídea. Y puede que no tenga nada que ver. Pero siempre son coincidencias. Las fechas son especiales y las cosas bonitas están ahí.
Quizá tan solo sea un acto de fe. Pero las granadas se han venido conmigo y yo las miro y pienso en ella.
Parket que bonita y triste historia, espero que por muchos años puedas recoger esas granadas que tanto amor encierran.
ResponderEliminarUn beso.
Pakiba, ojalá fuera producto de mi imaginación, pero no es así. Es como lo cuento.
ResponderEliminarY sí desde luego que pienso seguir acudir a esa cita mientras pueda.
Un beso
A mí esas cosas no me parecen ni tonterías, ni casualidades. Ya lo sabes, me temo. Esta historia me ha conmovido, es toda una metáfora de la vida ver este árbol creciendo y dando fruto y, al mismo tiempo, recordando a tres personas que no están a tu lado ya. Una historia preciosa.
ResponderEliminarNo te puedes imaginar lo mucho que me gusta comer granadas, especialmente con azúcar. Me chiflan desde bien pequeño y, aunque dura poco su temporada, intento comer todas las que puedo. Es una fruta que me encanta. Y, a partir de ahora, cuando vea una me acordaré de tí y de ese otro ángel del cielo que te las trae a tí.
Un beso fuerte.
Gracias JotaEfe, sé que lo puedes entender.
ResponderEliminarUn beso
Hola niña
ResponderEliminarYa conocía la historia pero de nuevo me ha vuelto a emocionar tanto que sólo siento admiración por ti, por tu fortaleza y por tu entraga. Ya te lo dije en una ocasión y lo repito aquí.
Yo pienso lo mismo que tú, que es un regalo de ella, un regalo para que sepas que está bien.
Y espero que todos los años acudas y puedas encontrarte más granadas, ahhh y si me llevas voy contigo. Vale?
Un montón de besos
Hola parker, bella y triste historia, gracias por compartir tus bellas letras, un placer acunarse en ellas,pasa buen domingo, besos.
ResponderEliminarDon vito, muchas gracias a tí por dedicar un ratito a leer estas letras.
ResponderEliminarBuen puente.
Si es que Merchy cuando hacia las cosas, las hacia bien!! Ahora a disfrutar de ellas, que están tan dulces como la dueña!!
ResponderEliminarUn besito!! ^^