En todas las casas hay algo que no nos gusta, y no hay forma de deshacerse de ello. Eso me pasa a mí con un cojín.
Hace años, se presentó en la casa del pueblo la Tía Teresa con dos cojines que había hecho la mujer con todo el cariño y esmero del mundo, para mi madre.
Yo al verlos no me atrevía ni a preguntar. Me parecían horrorosos. No me gustaba la forma, ni el color. Sólo diré que estaban muy bien hechos porque para eso la Tía Teresa era única.
Mi madre dio las gracias, encantada. Y cuando nos quedamos solas le pregunté que si en serio iba a poner aquellos adefesios en casa.
Pues claro, había que ponerlos. La Tía era la hermana de mi abuelo. Había criado a mi padre y ejercía de abuela con nosotros. Así que había que ponerlos bien a la vista. Hala, en el pasillo de casa, en las dos mecedoras, bien placenteros, que los viera todo el mundo. Ya teníamos cojines.
Los odiaba. No tenía ningún reparo en dejarlos en el suelo para tumbarme en la mecedora. Me daba igual si se manchaban, estropeaban o lo que fuera. Éramos incompatibles.
Pasaron años. La Tía Teresa murió. Y yo pensé que mi madre quitaría aquellas cosas. Pero no. La Tita María –hija de la otra señora- también venía por casa, y no estaba bien que mi madre quitara los cojines de la vista.
No puede ser. Tendría que seguir viéndolos.
Cuando mi madre muere, los guardo en un armario. Ya sin contemplaciones. Se acabó tenerlos por medio. Y por mí los hubiera tirado, pero como mi hermana no les hacía tantos ascos, pues se quedaron en el pueblo.
Va mi hermana y me dice que se trae uno, que ahora son vintage, que son lo más, y que ella le quiere. Digo que no, que por lo que más quiera, que se traiga los dos, que me los quite de en medio de una vez.
Y mi hija dice que de eso nada. Que a ella le encantan y que quiere el suyo, y que de dejarle en el pueblo nada, que en cuanto vaya, se lo trae.
En Semana Santa voy al pueblo, mi hija también, y las dos peleando con el puto cojín, yo a a que no y ella a que sí.
Me vine primero, ella después. Y entre risas, bromas y gracietas, me enseña el horror de los horrores. Lo coloca en su cama y más contenta que unas pascuas.
Me sentí fatal porque sabía lo que iba a pasar pronto.
Mi hija murió a los pocos meses. Y el cojín se quedó encima de su cama.
He cambiado el cuarto, he movido cosas, pero le miro y soy incapaz. No sé qué hacer con el. No puedo tirarlo. Lo guardé en un armario, pero cada vez que tengo que abrir la puerta, sé que me lo voy a encontrar. Es como si se burlara de mí.
Y otras veces, lo miro y me río. Pienso que es mi karma. Algo que no me gusta pero que me va a acompañar toda la vida.
En alguna ocasión me he puesto a mirarle, tratando de verlo con los ojos de mi hermana y de mi hija, a ver por dónde andaba tanta hermosura.
Pero qué va, no hay forma. No me gusta nada.
Y seguirá en el armario, como tantas cosas que no soy capaz de tirar, a sabiendas de que no me gustan, de que no me sirven, de que ocupan sitio, y que por otra parte, pues algún estorbo tendremos que tener.
Me trae tantos recuerdos, de una, de otra, de otra, de todas esas mujeres que han hecho que yo sea como soy, que creo que tiene su mérito, así que TENGO UN COJIN VINTAGE.
Parker pues yo lo veo y me parece una preciosidad, así que nada de tirarlo, ya que aparte de ser bonito tiene esos recuerdos de las personas que quisistes y que te dejaron su amor en él.
ResponderEliminarUn beso amiga
Estas cosas pasan en todas las casas y familias, lo mio es un jarrón que me da hasta pesadillas, es como de porcelana bajo y gordo, con colores chillones, horrible. Bueno ahí esta.
ResponderEliminarMe marcho de vacaciones a Galicia, mi tierra chica, estaré un mes mas o menos, dejo algunas estradas programadas pero mis comentarios serán escasos, pues donde estaré no hay casi cobertura para móviles e Internet, algo que me dará mas tiempo para mi.
Un beso.
Hola guapa, por fin tengo un minuto para pasarme por tu blog. Que vida esta tan ajetreada...
ResponderEliminarPero hija mía de Dios, tú no sabes que lo vintage está de moda????????? Nada de tirar el cojín!!!!!!!!!!
Hombre, yo soy como tú, vamos que no le veo la gracia al asunto pero sólo porque lo haya hecho alguien con sus manitas merece la pena guardarlo. Si te enseño yo un par de trajecitos y una chaquetita que le hicieron a mi hija cuando nació sales corriendo del pasmo. Horrorosos!!!!! Mi marido no quería ni que se los pusiésemos para hacerle una foto con ellos para mandárselos a las autoras así que hazte una idea. ¿Pues sabes qué? Toda la ropa que ya no le vale ha ido a parar al trastero pero ésta que te comento no. ¿Por qué? Pues porque pienso que es lo único que ha sido hecho única y exclusivamente para mi niña. Tú cojín lo mismo así que sigue guardándolo.
Un besote guapa.
He estado unos dias desconectada, con un montón de lios y sin ganas de hacer nada, por eso no me he pasado por el blog. El cojín es muy kitsch, vamos que si te lo viera mi Almodovar te lo compraba como atrezzo en una de sus pelis. Independientemente de lo bonito o no que sea creo que nunca vas a tirarlo, porque significa mucho para ti, ademas yo soy de tirar todo, pero me permito guardar alguna que otra cosa a las que solo yo les veo el valor, mi carpeta del instituto llena de fotos de Don Jhonson, un jersey de ganchillo (horroroso y que no me viene) que me hizo mi abuela, dibujos y manualidades de preescolar de mis hijas, las cartas que me escribia mi marido cuando eramos novios... vaya, vaya...si que guardo cosas, jajaja. Pues eso que vete haciendo a la idea que tu cojín se queda para siempre. Un beso
ResponderEliminarSiempre estará ese cojín por todo lo que representa, por lo que es y por aquellos recuerdos que no quieres hacer desaparecer. Y lo veo muy bien...qué no te gusta? pues no lo mires, pero nunca te deshagas de el.
ResponderEliminarBueno, pues aquí estoy sin estar, pero estando y no es un trabalenguas, es algo que entiendes perfectamente.
Pasará el tiempo y seguro que....ya lo sabes.
Un beso muy muy grande