
Hoy en yoga, para cambiar un poco, hemos hecho algo con fuego. Simple, una vela encendida en una sala a oscuras. Mirar la vela sin parpadear todo el tiempo posible. Después cerrar los ojos, y volverse a fijar en la vela.
Un buen rato así.
Como curiosidad, al cerrar los ojos, es como si siguiera viendo la vela, pero en negativo. La llama negra y todo lo demás brillante.
Bueno, esto es como introducción. A cuenta de este ratito, se me han venido a la cabeza un montón de recuerdos del fuego y sus efectos.
De pequeña, la magia de la lumbre de la noche de Reyes. Había que quemar todo lo que no valía, en casa o lo que encontrábamos por la calle. Aquel fuego enorme, no nos podíamos quemar, porque era imposible acercarse por el calor que desprendía. Y la ilusión de los villancicos alrededor, en plan Indio, esperando que vinieran los Magos.
Pero la lumbre que me toca los entresijos es la chimenea de la casa del pueblo.
Tan sólo si voy en Julio o Agosto, no la enciendo. El resto del año, es obligada.
El ritual de encenderla, con papel, con palitos finos, y luego ya más grandes. El poner atrás un tronco enorme para que dure. Y luego ya a disfrutar.
Recuerdo ratos muy largos, con la mesa delante, con mi padre, dos tazas de café y un paquete de tabaco. A veces hablábamos, otras, simplemente mirábamos el fuego.
Naranja, rojo, brillante, fulgurante. La paz que da. La hipnosis que produce. La facilidad para traer pensamientos a la cabeza, y casi siempre buenos.
Luego ya otros ratos, sola, quizá más tristes, pero la misma magia. Mirar el fuego, y mantener la esperanza de que aquel fuego purificador se llevaría todas las penas. Se respira bien, el olor de la leña de encina. Y ver que al igual que aquellos troncos acabarían siendo ceniza con la vida que habían vivido, todos mis males se irían por la chimenea negra, al cielo, a formar parte del todo, y yo algún día, igual, también formaré parte de ese todo.
Hasta que llega un momento, que de tanto mirar, ya ni piensas. Mente en blanco, encefalograma plano. Sólo el fuego.
Hace poco, en Octubre, mi amiga, mi hermana y yo, nos sentábamos allí hasta la madrugada. Contábamos cosas. Nuestras, sin ir muy lejos. O nos quedábamos calladas. Experiencia que nos unía a las tres de una forma especial.
Cuesta despertar de un momento así. Y esta noche, por un ratito, he sentido algo parecido. Luego ya la música de la meditación, y un bienestar increíble.
Lo más extraño es que, a veces, creamos que se puede controlar el fuego.
Es imposible, el nos controla, nos domina, y nos hace sentir bien.

Un buen rato así.
Como curiosidad, al cerrar los ojos, es como si siguiera viendo la vela, pero en negativo. La llama negra y todo lo demás brillante.
Bueno, esto es como introducción. A cuenta de este ratito, se me han venido a la cabeza un montón de recuerdos del fuego y sus efectos.
De pequeña, la magia de la lumbre de la noche de Reyes. Había que quemar todo lo que no valía, en casa o lo que encontrábamos por la calle. Aquel fuego enorme, no nos podíamos quemar, porque era imposible acercarse por el calor que desprendía. Y la ilusión de los villancicos alrededor, en plan Indio, esperando que vinieran los Magos.
Pero la lumbre que me toca los entresijos es la chimenea de la casa del pueblo.
Tan sólo si voy en Julio o Agosto, no la enciendo. El resto del año, es obligada.
El ritual de encenderla, con papel, con palitos finos, y luego ya más grandes. El poner atrás un tronco enorme para que dure. Y luego ya a disfrutar.
Recuerdo ratos muy largos, con la mesa delante, con mi padre, dos tazas de café y un paquete de tabaco. A veces hablábamos, otras, simplemente mirábamos el fuego.
Naranja, rojo, brillante, fulgurante. La paz que da. La hipnosis que produce. La facilidad para traer pensamientos a la cabeza, y casi siempre buenos.
Luego ya otros ratos, sola, quizá más tristes, pero la misma magia. Mirar el fuego, y mantener la esperanza de que aquel fuego purificador se llevaría todas las penas. Se respira bien, el olor de la leña de encina. Y ver que al igual que aquellos troncos acabarían siendo ceniza con la vida que habían vivido, todos mis males se irían por la chimenea negra, al cielo, a formar parte del todo, y yo algún día, igual, también formaré parte de ese todo.
Hasta que llega un momento, que de tanto mirar, ya ni piensas. Mente en blanco, encefalograma plano. Sólo el fuego.
Hace poco, en Octubre, mi amiga, mi hermana y yo, nos sentábamos allí hasta la madrugada. Contábamos cosas. Nuestras, sin ir muy lejos. O nos quedábamos calladas. Experiencia que nos unía a las tres de una forma especial.
Cuesta despertar de un momento así. Y esta noche, por un ratito, he sentido algo parecido. Luego ya la música de la meditación, y un bienestar increíble.
Lo más extraño es que, a veces, creamos que se puede controlar el fuego.
Es imposible, el nos controla, nos domina, y nos hace sentir bien.

La simbología del fuego es tremenda y muy bonita. Yo no tengo esas experiencias con el fuego porque yo soy muy urbanita y todas las casas que he conocido no tenía chimenea. Ahora la mía sí, pero me mentirijilla y solo luce si se enciende el fuego simulado... No hay punto de comparación, me temo.
ResponderEliminarBesos y buen fin de semana.
Jota sí es maravilloso. Pero no te sientas mal, que los dos nos podemos envidiar. Tu hablas constantemente del mar, y yo no lo tuve como tu.
ResponderEliminarUna cosa por otra. Y las dos se nos escapan.
Pero no pierdo la esperanza de vivir algún día cerca del mar. Y si hay chimenea pues mejor que mejor.
Un abrazo
Pues si, mirar el fuego relaja. Ya ves que dos cosas apuestas dan paz y sosiego...contemplar el mar y las brasas de fuego. Curioso verdad?
ResponderEliminarTengo y he tenido la suerte de poder experimentar las dos cosas y no sabría decirte cual de las dos es más placentera, imagino que depende del momento y claroooooooooo de la compañía.
Un beso guapa
A mi tambien me encanta mirar el fuego, en el pueblo siempre hemos tenido chimena, hace unos años la cambiamos por estufa de leña, no es lo mismo, pero aun disfrutas echando la leña y avivando el fuego, relaja mucho la verdad, lo malo es luego a ver quien es la guapa que se separa del fuego con lo calentito que se esta...
ResponderEliminarPrincesa claro que es una suerte. Son dos elementos naturales, por eso nos podemos fundir en uno, ellos y nosotros.
ResponderEliminarLa compañía es importante, tanto, que a veces, también la soledad es compañía con un buen fuego, o a la orilla del mar.
Un besito.
Bichoraro, lo de separarse del fuego, depende de la temperatura, jajaja.
ResponderEliminarPero es fácil quedarse hipnotizada.
La chimenea es una maravilla poder sentarse cerca y observar el crepitar de la leña, te relaja y te invita a contar aventuritas, eso lo hacíamos nosotros hace años cuando los niños eran pequeños. Y QUE BIEN LO PASÁBAMOS!!!
ResponderEliminarPakiba, es una delicia absoluta. Aunque por la mañana haya que quitar las cenizas para volver a encenderla. Yo no me canso. Y eso que ahora es de tarde en tarde.
ResponderEliminarUn abrazo