Hemos ido a ver una cueva natural.
Según nos cuentan, el corsario Dragut atacó este pueblo. Hizo rehenes. Vio la cueva desde el mar, como por casualidad y se hizo fuerte en ella.
La historia está contada muy de pasada. Pero la cueva de roca es espectacular.
Como el negocio es el negocio, se paga a la entrada. Eso no me sorprende. Pero dentro…
A ver ¿es necesario poner una vitrina con varias espadas medio oxidadas?. No son auténticas, ni son de la cueva. Son las que venden en Toledo para turistas. Hasta el punto en que en una de ellas pone Pizarro. Y que yo sepa, los mares que cruzó mi paisano, no fueron estos. Y aunque por las tierras donde el llegó le tilden de lo que sea y nada bueno, ni fue un corsario, ni descubrió esta cueva.
Los trabucos, arcabuces, ballestas y otros juguetitos de matar, son réplicas de distintas épocas.
Hay dentro un barco, que claro, pregunta inevitable ¿cómo lo han metido aquí?, pues por piezas, so boba, ¿cómo si no?. Ya.
Nos dicen que llevaban las velas triangulares. A ver joven, que hasta yo, que no soy de agua, sé lo que es una vela latina. Dinos algo en serio.
Y los aparatos de tortura de
Bueno, que los recovecos, pasadizos, huecos de la cueva son espectaculares. De verdad que impresiona y es otra de esas maravillas de la naturaleza que el hombre, con su buen instinto mercantil ha ridiculizado.
Subo el montón de escalones para salir, porque la salida al mar la han tapiado con hormigón. Cojo aire y me voy de allí haciendo limpieza mental “esto sí, esto no”.
Cullera, 8 de septiembre 2010
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