sábado, 18 de septiembre de 2010

FAUNA DOMESTICA

En estos tiempos en los que la defensa de los animales es algo muy activo, recuerdo cosas de mi niñez, y tengo dudas sobre lo defendible y lo que no.

Que todo bicho viviente tiene derecho a la vida, no lo discuto, pero es que hay veces que no se puede resistir, no digo ya el impulso, si no la necesidad de soltar un pisotón en acto totalmente reflejo. (Siento herir sentimientos).

Viví hasta los veintitantos años en una casa en medio de un campo. Estaba en la capital del reino, sí, pero en medio del campo. No doy más detalles.

Teníamos animales domésticos, pero fuera de casa. Vamos, gallinas, pollos, perros, gatos, patos, conejos. Corrían en absoluta libertad. Mi madre los criaba con idea de que luego acabaran en la cazuela o en el horno, pero aún recuerdo la Navidad en que nos puso para cenar aquellos pollitos que habíamos criado desde chiquititos, amarillitos y bautizados todos, que les pusimos nombre, y la mujer se quedó con la cena en la mesa y repartiendo moqueros porque las lágrimas nos podían. Nunca más lo hizo, y ahora tiempo después, no creo que en la vida se hayan servido en una mesa unos pollos más apetitosos que aquellos.

Convivíamos con los animales con naturalidad absoluta, y ni por asomo se nos ocurría hacerles una putada. Quizá de aquello ande mi gata como anda por casa.

Pero y los okupas?. En el campo hay ratones de campo, que son tan curiosos como los gatos, y así les pasa que tienen finales variopintos.

En casa, una mañana encontramos uno nadando en un cubo de agua. ¿Se ahogó, lo pescamos?, ahhhhhhh. Otro día uno se coló en una botella vacía, que había tenido vino y nos sirvió de entretenimiento una mañana.

Pero cuando mi madre encontraba algo roído, que sin conocer la ley de Murphi, entonces ya funcionaba, y normalmente era el pañito o la colcha que más le gustaban a ella, y tenía que restaurarla en toda regla. O las últimas zapatillas que nos había comprado. Sin contar la noche en que royeron la camiseta de mi tío, mientras dormía y el hombre ni se enteró.

Pues ahí empezaban las hostilidades. Guerra sin cuartel. Mi madre colocaba ballestas por todas partes (caímos en alguna, fastidiándonos los dedos de los pies). Y nada de queso, que eso no funciona. Era mejor con tocino. Y caían, vaya si caían, hasta la próxima invasión.

Hubo una noche de ciempiés. Nos acostamos, y al poco me llama mi hermano, que le ha picado un ciempiés. Se le había colado en la cama. ¿por dónde entró?, pudo ser por la ventana, sin ir más lejos. Pero el muchacho tenía varias ampollitas que a mí me preocuparon. No queríamos despertar a nuestros padres, pero no quedó más remedio. Entonces nos dijeron que no son venenosos, que es poco más que la picadura de una avispa. Con un poco de vinagre o de amoníaco se alivia. Pero, luego en la cama, ¿cómo se distingue el roce de la sábana del paseo del ciempiés?.

Volví a ver otro, el pisotón fue inmediato. Lo siento, no me lo pensé. Quizá le hubiera podido echar de casa con una escoba, pero a cualquiera quisiera yo ver en aquella tesitura.

Otra especie que nos traía de cabeza eran la cucarachas. Entraban por el desagüe, ya lo sabíamos, pero si los dejábamos tapados, entraban igualmente. ¿por dónde? Pues no lo sé.

Pero allí estaban, cada noche. Lo de ir al baño descalzos era algo que veíamos en la tele. En casa ni se nos ocurría. Primero había que dar la luz de la mesita de noche. Esperar, para que se enterasen de que nos íbamos a levantar. Luego encender la de la habitación, y así por cada sitio por donde íbamos a pasar. Y si por alguna urgencia, no se escondían a tiempo, y pisábamos una, puajjjjjj, no hay nada más asqueroso que el cracccc. Qué repelús. Las odio. Me dan asco. Que vivan, vale, pero que no las vea. Nunca se acaban, siempre hay más.

Seguimos con las arañas esas de cuerpo chico y patas largas (murgaños). Ya puedes limpiar los techos y las paredes todos los días, que en verano, siempre hay más.

Claro, moscas y mosquitos que no se olviden. Y si hay fruta o algún dulce, podemos contar con avispas o abejas, de vez en cuando.

Mi casa no era un zoo. Pero unas cosas eran los animales, que nos encantaban a todos. Bueno a unos nos gustaban unos y a otros, otros, evidentemente. Y otra los BICHOS. Esos no nos gustaban a ninguno.

Y sigo igual. Me gustan los animales, y me engatusa la Grapi, pero no soporto a los bichos, da igual a la familia que pertenezcan, su pedigrí no me merece ningún respeto.

4 comentarios:

  1. Hace quince días tube que tirar los espaguetis a la boloñesa que llevaba media mañana haciendo con todo el amor del mundo. Porque un moscardón de esos verdes horrorosos y zumbadores de los que hemos oido hablar decidió probarlos y me dejó sin comida, todavía no me he repuesto de las sensación de asco al entrar en la cocina y oir su zumbido. Y ha sido en un piso en una gran ciudad.

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  2. Pues a eso me refiero. Y además se me olvidaron las hormigas, que también tienen su puntito negro sobre blanco cuando se meten en el azucarero.

    Saludos

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  3. Esos bichos son asquerosos y entran por cualquier sitio.
    Recuerdo, no hace mucho, se nos coló una cucaracha porque mi hijo se dejó la mosquitera de la ventana abierta. La vimos, le echamos de todo para que muriera. Yo no estaba muy segura de ello, pero me dormí. Al poco siento como me tocan el pelo y ostras!!! era la cucaracha. Salté como si diez mil demonios me acosaran y, después de matarla, estuve toda la noche sintiendo asco y por más que me lavaba sentía a la intrusa en mi pelo. Guaaaa que asco!!!.

    Besitos

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  4. Es que es lo que tienen esas "mascotas" que hacen que no te olvides de ellas.
    Pero también la mataste, ¿ves? Si es que hay animales que por su propia supervivencia no se nos deberían acercar, que somos muy malos.

    Besos.

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