lunes, 19 de abril de 2010

EL BAZAR DE LOS CHINOS




Entrar en un bazar de chinos es una experiencia extraña. Insoportable para unos, divertida para otros y necesaria para muchos.

A mí me gusta entrar, simplemente por entrar. Con la seguridad de que, al final, saldré con algo.

Pero sola es algo soso. En compañía es una fiesta.

La de cosas que se pueden ver, y sobre todo las que se encuentran sin saber para qué sirven. Y anda, pregúntale al dependiente de turno.

Siempre una sonrisa, y un sí, sí. Pero nada más. Como no sepas para qué sirve algo, no te lo va a aclarar nadie.

Lo más curioso que he encontrado últimamente es un pela ajos. Es un tubo de silicona de colores chillones. Yo lo había visto en casa de una amiga, pero si no me dice lo que es, ni de lejos lo adivino. Y me resulta comodísimo, con la rabia que da pelar ajos. No sé a quién se le habrá ocurrido, pero ¡ole! Genial.

Cuando lo compré, al ir a pagar, me pregunta una señora que qué es eso. Me quedo mirando a la muchacha que me estaba cobrando y la pobre con sus ojitos oblicuos, casi me suplicaba que se lo explicase yo a la señora. Y después de un rato de rollo con ella, acabamos riéndonos las tres. Lo que no me queda claro es si la dependienta se enteró de lo que era aquello, o de qué era un ajo. Supongo que ellos también lo utilizan, pero no quiero imaginar el nombre, para mí será imposible de pronunciar. No tengo la facilidad que ellos para pronunciar su idioma.  

Un día se te ocurre cualquier cosa, y está claro, el chino lo tiene. Alfombrillas para el coche? Pues claro. Una cuchara de madera? Pues claro.  Una tirita? Pues claro.

Pero a veces, demuestran que son más listos que el hambre, y hacen referencia a lo evidente.
El otro día, fuimos a comprar varias cosas. Encontramos las que queríamos y nos tropezamos con otras que también se vinieron con nosotras. Al salir, empezaba a caer un chaparrón de esos de mojarse bien. Y claro, quién tenía paraguas? Al salir de casa hacía sol, no podíamos imaginar aquel turbión. Y en la puerta de la tienda, sin movernos para evitar el remojón, se nos acerca el chino y nos dice que el sí tiene “palaguas”, claro, ¡nos ha fastidiado!, y nosotros en casa. Pero como el los tenía allí, pues qué tuvimos que hacer?, exactamente eso, elegir color y pasar por caja.
En fin, que ya creo que acabaré haciendo colección de paraguas, como de cafeteras y dedales, que no es que yo tuviera idea de hacerlas, pero entre los que me han regalado, los que he heredado y los que se me han antojado, tengo más de los que caben en el paragüero.

No me gustan las herramientas de los bazares chinos, ni la ropa, pero tienen tantas cosas que es difícil que los ojos no se vayan a un sitio, a otro y por supuesto al pasillo de la “delecha” que es donde te dicen que están todas las cosas.

Todo el mundo se queja de esos bazares. Dicen que hacen que otras tiendas cierren. Que si están exentos de impuestos y por eso cobran tan barato. Que son productos de mala calidad. Y mil cosas.

Pero son tan tentadores.

No recuerdo el nombre de un cubano que estuvo preso muchísimos años. Cuando consiguieron sacarle de la cárcel y traerlo a Madrid, alguien tuvo la genial idea de llevarle al Corte Inglés, y la expresión del hombre fue “qué alegría me da ver todas las cosas que no necesito”. Pues yo quisiera verle en un bazar de chinos, a ver si decía lo mismo. Seguro que no se libraba de ninguna manera.

Y yo no me libro, pero tampoco lo intento.

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